Hay momentos en que te detienes a pensar por un segundo, y pasa que todo se detiene, que tu mente se va al limbo, empiezas a soñar despierto, las fábulas, el deja vú, la quimera, empieza a caminar por tu subconsciente hasta llevarte al punto de hipnotizarte, perder la noción del tiempo y echar el corazón y el alma a volar. Eso me pasó en días posteriores al día de la madre y me di cuenta la similitud que tiene el fútbol con la figura de una madre.
Hoy tienes partido, te levantas y ya tienes el desayuno y la ropa lista para irte a ese gran juego. Tú lo tomas como si nada pasara, como un día ordinario, no le das importancia a la hora que lavó tu uniforme para que lo tuvieras listo, no te diste cuenta a qué hora se levantó para tenerte el desayuno listo. Ella, tu madre, es como la camarera que tienen todos los futbolistas de primera división cuando su hijo, su huésped lo necesita.
Llegas al vestidor de la cancha y tu uniforme está impecable, listo para que empieces a desdoblarlo y ensuciarlo para que luzcas esplendoroso al arranque del partido. Sales a calentar y ella está ahí, a un lado de ti, te grita, te alienta, te dice cuánto te ama y lo bien que lo vas hacer, como cuando haces tu tarea, siempre está alentándote y apoyándote para que saques 10 de calificación, siempre preocupada por ti.
Antes del inicio del partido se da la oración, te persignas, tal y como lo hace tu madre cuando sales de casa para que Dios te cuide y salga todo bien. El juego comienza ríspido, duro, el rival te empieza atacar porque estás haciendo las cosas mal defensivamente, pero estás confiado y no le haces caso, no le tomas importancia a los regaños de tu madre, que se preocupa cuando no llegas a casa, que no duerme, no pestañea porque un descuido y te pueden hacer un gol.
El partido sigue su ritmo, las tarjetas no se hacen esperar, te saca amarilla, pero nunca la roja, jamás lo hará, jamás te echará del partido más importante de tu vida. Empiezas a tomar el juego en serio, ya el partido entró en la recta de la madurez y es momento de tomar las riendas.
Ella siempre estuvo protegiéndote la parte baja, la espalda para que tú salieras airoso de esas patadas, de esos jalones que te daba el rival para tumbarte, pero ella siempre estuvo a tu lado para protegerte, para hacerte una pared, ser tu socia en el campo, siempre te respetó el movimiento para que te lucieras dentro del terreno de juego. Ella, siempre de bajo perfil, sin llamar la atención y haciendo el trabajo que nunca que se ve pero que es el más importante.
En varias ocasiones te quisieron golpear, porque siempre fuiste muy habilidoso, los rivales te dieron varios golpes fuertes en los primeros minutos de juego y siempre estuvo ella para levantarte y alentarte para seguir adelante, para seguir disfrutando del partido de la vida y no claudicar pese a las adversidades.

Después de una dura falta, de inmediato ella brincó y se armó de valor, sacó fuerza y coraje de no sé dónde para defenderte, para poner la mejilla ante la vida antes que la tuya, ella te dio la mano cuando estabas en el piso todo golpeado y malherido, ella te curó la rodilla y los raspones que te dieron, tal y como lo hizo cuando salías a jugar con tus cuates de la cuadra y te caíste de la bicicleta.
Ella fue el doctor que entró a la cancha sin importarle nada con tal de auxiliarte para que siguieras en la batalla. Mientras te curaba las heridas te enseñó que el fútbol es así, lleno de golpes, caídas y que tienes que ser fuerte para levantarte y demostrarte a ti mismo que podías seguir adelante.
Ella en ningún momento está ausente, siempre está ahí, representa a todo ese entorno dentro de una cancha que no se ve, que no percibimos, a esa atmósfera que solo un hijo y una madre saben sentir, tal y como si fuera un partido de fútbol.
CONTINUARÁ… (parte 1 de 2)
Me despido por el momento, pero regreso el próximo fin de semana. Reciban un cordial y afectuoso saludo.
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