
Una noche mágica, especial, perfecta, sublime, gloriosa, fue la que tuvo Cristiano Ronaldo el pasado martes en el icónico Santiago Bernabéu. Los planetas se alinearon para que el astro portugués brillara con luz propia y se encumbrara ante el mundo entero.
La misión era difícil, el escenario era complicado. Real Madrid tenía la tarea de vencer al Wolfsburgo por tres goles de diferencia y no recibir ninguno para avanzar a las semifinales de la UEFA Champions League.
Todas las miradas apuntaban a un solo jugador desde el primer minuto de juego, luego de que el partido de ida -en Alemania- había terminado con marcador de 2-0 en favor de los Lobos. Cristiano sería ese hombre en el que la fe y sueños madridistas se centraban. Un jugador al que se le ha criticado por “no estar” en los juegos importantes, no aparecer, no echarse el equipo al hombro, no ser el referente, el guía, el estandarte en el que el resto de sus compañeros se cobijan, se protegen y tienen sus esperanzas.
La noche del 12 de abril del 2016 quedará grabada en la retina y en el subconsciente de todo amante del fútbol, de todo el madridismo, de quienes lo vivieron desde el rectángulo verde. Esa noche, el 7 merengue escribió una página más en la historia de las grandes gestas madridistas. El portugués tenía cuentas pendientes que saldar con sus aficionados, con sus feligreses, con su madridismo.
Durante la ceremonia protocolaria (el himno de la Champions League), cuando la toma de televisión captó al portugués, este asintió con la cabeza y la mirada, como diciéndole a los millones que lo seguían; calma, tranquilos, todo está bajo control, confíen en mí, esta es mi noche.
Y así fue, literal. Fue la noche de Cristiano Ronaldo. Desde el silbatazo inicial, el portugués empujaba a su equipo, presionaba y ayudaba en la recuperación del balón, como pocas veces se le puede ver. En ataque, como ya es habitual; paciente, creaba, gritaba, proponía, disponía, cada balón que tocaba era una sensación de peligro, sabíamos que algún acto de magia iba a salir desde sus pies. Siempre participativo, colaborador, sacrificándose, ese virus lo contagió a sus compañeros, un germen que hacía mucho tiempo no se veía en el césped sagrado del Bernabéu.
Cristiano se olvidó de verse en las pantallas del estadio, dejó de preocuparse por su peinado, por su apariencia, por su presencia, por mantener su perfil de pasarela de modas. Cristiano dejó el frac en el closet de su casa y se puso el overol; sudó y ensució la camiseta como pocas veces se le ha visto, esos pequeños grandes detalles son los que te pueden llevar al pedestal de los inmortales.
El sacrificio, el darlo todo por tus colores cuando más se necesita, no pasa desapercibido por la memoria de los aficionados, y créanme que durante muchos años seguirán recordando la hazaña del portugués y del Real Madrid, independientemente de lo que suceda de aquí en adelante.
Al finalizar el partido y tras haber conseguido el objetivo, luego de su gran esfuerzo individual y colectivo, Cristiano Ronaldo comenzó con su apoteósica noche, y cómo no hacerlo, si gracias a su hat-trick el madridismo disputará una semifinal en el torneo continental más importante del fútbol.
El 7 merengue saldó una asignatura pendiente en su casa, ante su afición, ante millones. Ahora la exigencia en las semifinales será la misma, inclusive mayor, porque si su mentor baja los decibeles, los merengues pueden pasar un trago amargo.
Me voy, pero regreso el próximo fin semana. Reciban un cordial y afectuoso saludo.
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