En la ciudad de Arandas cohabitan el templo más majestuoso de América latina, la campana más grande y muchas otras bondades de una ciudad netamente comercial e industrial, donde la tecnología es parte de la vida de sus habitantes. Pero también existe otra realidad en la periferia de la ciudad.
Ahí encontramos zonas lastimosas, ejemplo claro es la serie de viviendas que forman un callejón sin salida al norte de la ciudad, rodeada por un lado por la Colonia de los Maestros, La Herradura y la Plaza San Javier.
Quien se adentra a una pequeña brecha, al cruzar un riachuelo empieza a encontrar el Arandas de los años 40: hombres rajando leña, mujeres atareadas en su quehacer lavando ropa y tendiéndola en la calle. Una vida alejada de la realidad cotidiana de la modernidad.
La calle es angosta, las fincas parecen de unas viejas caballerías. Han formado sus banquetas y tienen sus montones de leña a la puerta de la casa, y los alambres son tendederos de ropa. Cuentan con energía eléctrica y agua potable, lo que indica que no es una estancia temporal porque han adquirido servicios públicos, es decir, la zona se está convirtiendo en otro fraccionamiento irregular.
Lo preocupante es que ese callejón necesita atención de las autoridades para por lo menos buscar una salida y evitar el peligro de una emboscada, porque probablemente Seguridad Pública no se atreve a entrar a estos callejones sin salida.
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